sábado, 31 de mayo de 2014

San Agustín: puente entre la Antigüedad y el Medioevo. texto y película.

Texto de Cátedra: 
SAN AGUSTÍN.

De los Padres de la Iglesia de habla latina San Agustín realiza un aporte sustancial al explicar a su feligresía del norte de África , recordemos que él es obispo de Hipona,  su concepción de la historia y del sentido del obrar  de Dios en la misma. Es el tema de la libertad de Dios y de los hombres, del gobierno del mundo, del tiempo, de la existencia del mal en la historia, etc.  En su libro la Ciudad de Dios [1]aborda todos estos temas que son una respuesta para esos cristianos de entonces pero constituyen una respuesta u orientación para todo cristiano que se enfrente a estos interrogantes. Su pensamiento es una verdadera teología de la historia que marcaría el pensamiento posterior , en primer término influenciaría enormemente en la edad media y  en épocas sucesivas. Su concepción siempre será un referente de una cosmovisión cristiana del tiempo, de la historia y del  misterio que ella entrañan al encontrarse en la misma conjugadas la libertad de los hombres y la de Dios.

Su ciudad Hipona se encuentra sitiada por los vándalos y los romanos que allí viven sufren la angustia de ver cómo peligra su vida y la existencia del mismo  imperio romano. La misma Roma es saqueada  en esos días por el rey visigodo Alarico, corre el año 410. Esto conmociona al mundo civilizado entonces, el imperio romano de occidente tiene los días contados.
El cristianismo ya es la religión oficial del imperio romano, sus habitantes están consternados  ¿ Cómo es posible que Dios permita que esto suceda?, ¿Acaso se ha olvidado de ellos? Luego de haber sufrido tantos años de persecuciones, unos 250 años en los que los cristia-nos han muerto con tan diversos tormentos en todos los puntos del imperio, ahora sucumbirán ante los pueblos que lo asolan  desde distintos puntos.
Nos dice Fraile el peligro de los bárbaros o germanos afecta a los hombres de entonces y sacudía como un “terremoto cósmico los espíritus de quienes confiaban en la fuerza y perennidad del Imperio romano”. También están los paganos que acusan a los cristianos de los males de Roma
En la primer parte de La Ciudad de Dios, San Agustín rechaza las acusaciones  de los paganos contra la Iglesia al ver el declinar de Roma en la ciudad capital y en variados frentes de su territorio.  Los  paganos culpan a los cristianos de tal desastre, argumentando que su pacifismo y el abandono de los dioses tradicionales en favor del cristianismo, convertido desde hacía tiempo en la religión del imperio, han sido la causa de la pérdida del poder de Roma y de su posterior destrucción.  Pero al mismo tiempo, el obispo de Hipona ataca a fondo el paganismo , demostrando su incapacidad para asegurar la felicidad y prosperidad en la tierra y sobre todo para preparar la de la vida futura. El expone y critica las diversas escuelas filosóficas y religiosas latinas y griegas.
En la segunda parte de su obra hace la confrontación de los dos reinos, su origen, su desarrollo, su fin. La ciudad de Dios y la ciudad Terrenal o de los hombres.  El distribuye los acontecimientos históricos en seis períodos, correspondientes a la creación, con su mañana y su tarde.
La raza humana se encuentra dividida entre estas dos ciudades o sociedades . “Dos amores engendran estas dos ciudades”.
            San Agustín ensaya una explicación histórica para tales hechos partiendo de la concepción teológica de la historia de la Humanidad, desde la Creación del mundo hasta el Juicio Final, proyectando sobre ella una simbología cristina y como el resultado de la lucha de dos ciudades, la del Bien y la del Mal, la de Dios y la terrenal, de la luz y de las tinieblas.
                Siguiendo este criterio y aplicando de nuevo su teoría de los dos amores : el amor espiritual ( amor Dei) y el sensible o egoísta (amor sui) , San Agustín distingue dos tipos de de sociedades o dos ciudades simbólicas : La Ciudad de Dios , símbolo del amor espiritual y ordenado componen cuantos siguen su palabra, los creyentes; y la Ciudad Terrenal, símbolo del amor material y desordenado , compuestos por la comunidad de los que no creen.
                La Ciudad de Dios, representada por Jerusalén fue fundada por Abel, y sobre ella reina Dios: se trata en realidad de una ciudad interior, espiritual (aunque encuentra su proyección exterior en la Iglesia), constituida por todos aquellos que aman a Dios, anteponiendo este amor a todo lo demás. Sus miembros, que peregrinan por este mundo a la espera de su reencuentro con la Divinidad en el más allá, buscan la gloria de Dios y están unidos, no por la autoridad, sino por la caridad, garante del perfecto orden y armonía que en ella reinan.
En cambio, la Ciudad Terrenal, simbolizada por Babilonia (confusión) o la Roma pagana (corrupción, tiranía), debe su fundación a Caín, y sobre ella reinan el demonio, las Tinieblas, y el Mal. Está formado por todos aquellos que anteponen el amor propio y el amor a las cosas mundanas al amor divino. Su unidad es forzada, porque procede del sometimiento a la autoridad del Estado que, para garantizar el orden, necesita ejercer la violencia.
Desde esta perspectiva, la Historia se concibe como un drama sagrado, en el que se desarrolla una continua lucha entre la Ciudad Divina y la Ciudad Terrenal, entre el amor a Dios, la fe, la esperanza, la caridad y la justicia, por una parte, y el amor al mundo, las pasiones, el egoísmo, la ambición y el poder del más fuerte, por otra. Se trata de una lucha colectiva, porque afecta al conjunto de la Humanidad, y al mismo tiempo, individual, pues se libra en el corazón de cada ser humano, cuya alma, ayudada por la gracia de Dios, debe combatir las fuerzas del mal para merecer un puesto en la Ciudad Celeste.
                Las dos ciudades están mezcladas y se entrecruzan: no son dos tipos de realizaciones históricas (Estado civil e Iglesia, por ejemplo), sino principios opuestos de la conducta personal y de las realidades sociales. Por consiguiente, esta contraposición no responde a las dos realidades sociales de la Iglesia y los Estados civiles, sino que expresan más bien las dos comunidades espirituales según la ley de Dios o contra ella, comunidad del orden o del caos, del ideal o del instinto. Así pues, en el desarrollo de la historia, los contornos de las dos ciudades no son perfectamente netos: la Iglesia no coincide con la ciudad de Dios, ya que en el interior de ella conviven buenos y malos, del mismo modo en que la ciudad terrena no se identifica con ninguna entidad política determinada.
Agustín reconoce el carácter natural de la sociedad civil y del Estado. La Iglesia, por su parte, ha de servir de mentora de la sociedad y del Estado, para vigilar y encaminar a los hombres a su salvación. La autoridad civil, si se halla impregnada del espíritu cristiano, puede facilitar y promover la ciudad eterna postulada por la voluntad divina.
Pertenece al sentido de la historia del mundo el hecho de que estas dos ciudades se contrapongan y luchen entre sí. Sin embargo, y ésta es la conclusión de San Agustín, cualquiera que sea la historia de la humanidad, con sus alternancias de predominio del bien y del mal, al final la "civitas terrena" perecerá y saldrá vencedora la "civitas Dei", en virtud del amor a Dios, "pues el bien es inmortal y la victoria ha de ser de Dios". Esa lucha continuará hasta el final de los tiempos, en que la ciudad de Dios triunfará sobre la terrenal, apoyándose San Agustín en los textos sagrados del Apocalipsis para defender su postura. En este punto, San Agustín mantiene una posición providencialista: Dios ha previsto y garantiza la victoria final del bien sobre el mal, asegurando la paz eterna y la resurrección de los justos, así como el eterno castigo de los réprobos.
San Agustín divide el curso de la historia en seis épocas, correspondientes a los seis días bíblicos de la creación. Desde la venida de Cristo, vivimos en la última época, pero la duración de la misma es indeterminada y sólo Dios la conoce. La caída de Roma no significa, por consiguiente, que haya llegado el fin del mundo, sino que representa únicamente el fin de uno de los exponentes de la Ciudad Terrenal. Mientras justos y pecadores siguen subsistiendo, mezclados por sus cuerpos, pero en continua lucha y separados por su corazón, hasta que se produzca la parusía o segunda venida de Cristo, quien se encargará definitivamente de separar las dos ciudades, asegurando el triunfo definitivo de la Ciudad Celestial. A la espera del Juicio, ambas comunidades buscan alcanzar igualmente la paz, imagen temporal o histórica del Bien Supremo. Éste, y no otro, es el fin último de las dos ciudades que distingue San Agustín, ya que por naturaleza, el hombre desea la paz.
Cree el teólogo que el orden es la condición necesaria para la paz, por lo que define ésta como la “tranquilidad del orden”: el cuerpo, el alma, la familia y la sociedad o ciudad alcanzan la paz cuando existe el orden, es decir, cuando la racionalidad se impone la irracionalidad, y cada cosa ocupa el lugar que le corresponde, existiendo una armonía o concordia entre sus partes. Los miembros de ambas ciudades anhelan la paz; pero mientras los ciudadanos de la Ciudad Terrenal sólo buscan la paz temporal ( pax temporalis) como fin último del Reino de este mundo, los miembros de la Ciudad Celestial usan de la paz temporal como medio para alcanzar la verdadera paz ,la paz eterna (pax aeterna), propia del Reino de Dios
                El ejercicio efectivo del orden, y por tanto, la garantía de la paz, es la justicia, base del Derecho. Sin embargo, la justicia humana o terrenal es imperfecta; sólo en la Ciudad de Dios, gobernada por la ley eterna, existe verdadera justicia. Así la Ciudad de Dios, representada en la tierra por la Iglesia, se muestra también en San Agustín como el ideal ético hacia el que debe encaminarse la realidad histórica del Estado. De hecho, esta doctrina será utilizada para defender la prioridad de la Iglesia sobre los poderes políticos, exigiendo su sumisión, lo que ocurrirá en la alta Edad Media. Asegurada esa dependencia, San Agustín aceptará que la sociedad es necesaria al individuo, aunque no sea un bien perfecto; sus instituciones, como la familia, se derivan de la naturaleza humana, siguiendo la teoría de la sociabilidad natural de Aristóteles, y el poder de los gobernantes procede directamente de Dios.
                San Agustín usa una parábola, la del trigo y la cizaña[2] para dar más fuerza a su explicación. Así como el sembrador deja que crezcan en el campo el trigo y la cizaña y espera el momento de la cosecha para separar la semilla buena de la mala, Dios permite que exista la ciudad terrenal junto a la ciudad de Dios y no hace desaparecer a la ciudad terrenal  o de los hombres, como también la llama en su obra. Habrá que esperar al Juicio final , al fin de la historia, para que Dios separa la semilla buena de la mala.
                A Dios la historia no se le ha escapado de las manos, El da libertad al hombre, el hombre muchas veces no realiza los designios de Dios sin embargo Dios sigue estando presente en la historia, en su Providencia sigue guiando el curso de la historia. En ella se conjugan la libertad del Dios y la del hombre, libertad esta que muchas veces se opone a la ley de Dios pero Dios que todo lo puede sigue estando bajo los acontecimientos. Dios es el Señor de la historia.
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                Encontramos así delineada la cosmovisión cristiana ya muy diversa de la pagana[3].
                En esta cosmovisión, en la cual el aporte de San Agustín es evidente, la historia es lineal, atrás queda la concepción cíclica del tiempo, el mito del eterno retorno. La historia tiene un principio y tendrá un fin[4] . El mundo ha sido creado de la nada, ex nihilo, sin materia preexistente por este Dios que es eterno, existe desde siempre,  trasciende el mundo. En la  diversidad de seres creados (minerales, vegetales, animales) el hombre ocupa un lugar esencial, ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios. Es un ser espiritual, inteligente y libre allí su cercanía a Dios[5]. El hombre ha sido puesto en la creación para administrar el mundo, para continuar y cooperar con la obra creadora de Dios actuando sobre su entorno y sirviéndose de la creación para transformar el mundo y poder vivir mejor él y las generaciones que le sucedan. Pero esta vida mejor será siempre con una mirada hacia lo alto. Su destino final será volver a Dios de cuya mano ha salido , allí está su felicidad plena.
En palabras de San Agustín  “…nos has hecho para ti Señor y  nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti…..”
                El pecado original , cometido por nuestros primeros padres Adán y Eva, desordena al hombre y lo distancia de Dios, pierde la amistad con Dios y pierde la armonía original con la que ha sido creado. [6]Hay una fisura interna en todo ser humano y esto se transmite a todo el género humano. Y la muerte [7]que todo hombre debe enfrentar desde Adán y Eva entra al mundo por el pecado .
Pero Dios promete a la primer pareja humana un Salvador, un Redentor que salvaría al mundo restituyendo la amistad perdida con Dios. Este Salvador es Cristo, su nacimiento , muerte y resurrección son los hechos más importantes de la historia, por ello los cristianos afirman que la historia es Cristocéntrica. Cristo deja la Iglesia que será quien guíe al hombre en su transitar en la tierra y quien permita a partir de los sacramentos llevar la misma vida de Dios a los hombres.
Con el Bautismo el hombre borra la huella del pecado original y se convierte en hijo de Dios, la Santísima Trinidad  habita a partir de entonces en su alma.  Este sacramento imprime un carácter indeleble al hombre, siempre será hijos de Dios, cristiano, y con la presencia de Dios y su ayuda dada principalmente a través de los sacramentos podrá hacer el bien, luchar con sus debilidades (recordemos que las huellas o fisuras del interior del hombre, esa pérdida de unidad consecuencia del pecado original perviven en todo hombre).
En la Historia cada hombre tiene un valor enorme, cada hombre viene al mundo con una misión a través de cuyo cumplimiento alcanzará su salvación. Dios no pide a cada uno algo irrealizable sino algo a la medida de cada uno. Pero Dios da al hombre su libertad, por ello El respeta las decisiones de los hombres, seres libres y contingentes, El no nos avasalla. San Agustín habla de la suavidad de Dios en cuanto que quiere conducirnos pero no nos coarta. El respeta las decisiones de los hombres, de allí la presencia del  mal en el mundo.
Pero la historia tiene una trama más profunda, en ella se conjugan la libertad de los hombres pero bajo este actuar está  Dios que sigue actuando, que sigue estando presente y que en su providencia, gobierna el mundo. A Dios el mundo no se le ha escapado de las manos, en principio sigue dando el ser y la existencia a cada creatura y  permite que el hombre transite con libertad su vida pero el plan salvífico de Dios continúa en la historia buscando que cada hombre alcance su salvación , que no es otra cosa que su plenitud y felicidad.
Muchas veces parece que Dios ha abandonado la historia, pero otras su presencia irrumpe claramente a través de acontecimientos  que suceden o quizás no suceden, a través de personas que muestran su presencia en el mundo por su palabra y su bondad, a través de su voz que resuena en el interior de cada uno de nosotros.





[1] . De Civitate Dei
[2] Mateo 13
[3] El influjo de San Agustín esta en varios de los puntos que siguen
[4] El fin de la historia se dará cunado Cristo descienda del Cielo para jusgar a vivos y muertos
[5] Los ángeles, seres puramente espirituales son aún más semejantes a Dios por no poseer cuerpo. Pero el hombre que no es un ángel encontrará su plenitud en el pleno desarrollo de su ser espiritual y corporal, el cuerpo es algo bueno en el hombre
[7] Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado. "La muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado ", es así "el último enemigo" del hombre que debe ser vencido." (Catecismo, n. 1008).

San Agustín. Película.- 

Recomendamos 
el fragmento siguiente de la película: https://www.youtube.com/watch?v=eNkHQBXcRjM
Homilía del amor: "Ama y haz lo que quieras..."






Y si te ha interesado, aquí va el filme completo en dos partes.




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