SAN AGUSTÍN.
De los Padres
de la Iglesia de habla latina San Agustín realiza un aporte sustancial al
explicar a su feligresía del norte de África , recordemos que él es obispo de
Hipona, su concepción de la historia y del
sentido del obrar de Dios en la misma.
Es el tema de la libertad de Dios y de los hombres, del gobierno del mundo, del
tiempo, de la existencia del mal en la historia, etc. En su libro la Ciudad de Dios [1]aborda
todos estos temas que son una respuesta para esos cristianos de entonces pero
constituyen una respuesta u orientación para todo cristiano que se enfrente a
estos interrogantes. Su pensamiento es una verdadera teología de la historia
que marcaría el pensamiento posterior , en primer término influenciaría
enormemente en la edad media y en épocas
sucesivas. Su concepción siempre será un referente de una cosmovisión cristiana
del tiempo, de la historia y del
misterio que ella entrañan al encontrarse en la misma conjugadas la
libertad de los hombres y la de Dios.
Su ciudad
Hipona se encuentra sitiada por los vándalos y los romanos que allí viven
sufren la angustia de ver cómo peligra su vida y la existencia del mismo imperio romano. La misma Roma es
saqueada en esos días por el rey
visigodo Alarico, corre el año 410. Esto conmociona al mundo civilizado
entonces, el imperio romano de occidente tiene los días contados.
El
cristianismo ya es la religión oficial del imperio romano, sus habitantes están
consternados ¿ Cómo es posible que Dios
permita que esto suceda?, ¿Acaso se ha olvidado de ellos? Luego de haber sufrido
tantos años de persecuciones, unos 250 años en los que los cristia-nos han
muerto con tan diversos tormentos en todos los puntos del imperio, ahora sucumbirán
ante los pueblos que lo asolan desde
distintos puntos.
Nos dice
Fraile el peligro de los bárbaros o germanos afecta a los hombres de entonces y
sacudía como un “terremoto cósmico los espíritus de quienes confiaban en la
fuerza y perennidad del Imperio romano”. También están los paganos que acusan a
los cristianos de los males de Roma
En la primer
parte de La Ciudad de Dios, San
Agustín rechaza las acusaciones de los
paganos contra la Iglesia al ver el declinar de Roma en la ciudad capital y en
variados frentes de su territorio.
Los paganos culpan a los
cristianos de tal desastre, argumentando que su pacifismo y el abandono de los
dioses tradicionales en favor del cristianismo, convertido desde hacía tiempo
en la religión del imperio, han sido la causa de la pérdida del poder de Roma y
de su posterior destrucción. Pero al
mismo tiempo, el obispo de Hipona ataca a fondo el paganismo , demostrando su
incapacidad para asegurar la felicidad y prosperidad en la tierra y sobre todo
para preparar la de la vida futura. El expone y critica las diversas escuelas
filosóficas y religiosas latinas y griegas.
En la segunda
parte de su obra hace la confrontación de los dos reinos, su origen, su
desarrollo, su fin. La ciudad de Dios y la ciudad Terrenal o de los hombres. El distribuye los acontecimientos históricos
en seis períodos, correspondientes a la creación, con su mañana y su tarde.
La raza humana
se encuentra dividida entre estas dos ciudades o sociedades . “Dos amores
engendran estas dos ciudades”.
San Agustín ensaya una explicación histórica
para tales hechos partiendo de la concepción teológica de la historia de la
Humanidad, desde la Creación del mundo hasta el Juicio Final, proyectando sobre
ella una simbología cristina y como el resultado de la lucha de dos ciudades,
la del Bien y la del Mal, la de Dios y la terrenal, de la luz y de las
tinieblas.
Siguiendo
este criterio y aplicando de nuevo su teoría de los dos amores : el amor
espiritual ( amor Dei) y el sensible o egoísta (amor sui) , San Agustín
distingue dos tipos de de sociedades o dos ciudades simbólicas : La Ciudad de
Dios , símbolo del amor espiritual y ordenado componen cuantos siguen su
palabra, los creyentes; y la Ciudad Terrenal, símbolo del amor material y
desordenado , compuestos por la comunidad de los que no creen.
La
Ciudad de Dios, representada por Jerusalén fue fundada por Abel, y sobre ella
reina Dios: se trata en realidad de una ciudad interior, espiritual (aunque
encuentra su proyección exterior en la Iglesia), constituida por todos aquellos
que aman a Dios, anteponiendo este amor a todo lo demás. Sus miembros, que
peregrinan por este mundo a la espera de su reencuentro con la Divinidad en el
más allá, buscan la gloria de Dios y están unidos, no por la autoridad, sino
por la caridad, garante del perfecto orden y armonía que en ella reinan.
En cambio, la
Ciudad Terrenal, simbolizada por Babilonia (confusión) o la Roma pagana
(corrupción, tiranía), debe su fundación a Caín, y sobre ella reinan el
demonio, las Tinieblas, y el Mal. Está formado por todos aquellos que anteponen
el amor propio y el amor a las cosas mundanas al amor divino. Su unidad es
forzada, porque procede del sometimiento a la autoridad del Estado que, para
garantizar el orden, necesita ejercer la violencia.
Desde esta
perspectiva, la Historia se concibe como un drama sagrado, en el que se
desarrolla una continua lucha entre la Ciudad Divina y la Ciudad Terrenal,
entre el amor a Dios, la fe, la esperanza, la caridad y la justicia, por una
parte, y el amor al mundo, las pasiones, el egoísmo, la ambición y el poder del
más fuerte, por otra. Se trata de una lucha colectiva, porque afecta al
conjunto de la Humanidad, y al mismo tiempo, individual, pues se libra en el
corazón de cada ser humano, cuya alma, ayudada por la gracia de Dios, debe
combatir las fuerzas del mal para merecer un puesto en la Ciudad Celeste.
Las
dos ciudades están mezcladas y se entrecruzan: no son dos tipos de realizaciones
históricas (Estado civil e Iglesia, por ejemplo), sino principios opuestos de
la conducta personal y de las realidades sociales. Por consiguiente, esta
contraposición no responde a las dos realidades sociales de la Iglesia y los
Estados civiles, sino que expresan más bien las dos comunidades espirituales
según la ley de Dios o contra ella, comunidad del orden o del caos, del ideal o
del instinto. Así pues, en el desarrollo de la historia, los contornos de las
dos ciudades no son perfectamente netos: la Iglesia no coincide con la ciudad
de Dios, ya que en el interior de ella conviven buenos y malos, del mismo modo
en que la ciudad terrena no se identifica con ninguna entidad política
determinada.
Agustín
reconoce el carácter natural de la sociedad civil y del Estado. La Iglesia, por
su parte, ha de servir de mentora de la sociedad y del Estado, para vigilar y
encaminar a los hombres a su salvación. La autoridad civil, si se halla
impregnada del espíritu cristiano, puede facilitar y promover la ciudad eterna
postulada por la voluntad divina.
Pertenece al
sentido de la historia del mundo el hecho de que estas dos ciudades se
contrapongan y luchen entre sí. Sin embargo, y ésta es la conclusión de San
Agustín, cualquiera que sea la historia de la humanidad, con sus alternancias
de predominio del bien y del mal, al final la "civitas terrena"
perecerá y saldrá vencedora la "civitas Dei", en virtud del amor a
Dios, "pues el bien es inmortal y la victoria ha de ser de Dios". Esa
lucha continuará hasta el final de los tiempos, en que la ciudad de Dios
triunfará sobre la terrenal, apoyándose San Agustín en los textos sagrados del
Apocalipsis para defender su postura. En este punto, San Agustín mantiene una
posición providencialista: Dios ha previsto y garantiza la victoria final del
bien sobre el mal, asegurando la paz eterna y la resurrección de los justos,
así como el eterno castigo de los réprobos.
San Agustín
divide el curso de la historia en seis épocas, correspondientes a los seis días
bíblicos de la creación. Desde la venida de Cristo, vivimos en la última época,
pero la duración de la misma es indeterminada y sólo Dios la conoce. La caída
de Roma no significa, por consiguiente, que haya llegado el fin del mundo, sino
que representa únicamente el fin de uno de los exponentes de la Ciudad
Terrenal. Mientras justos y pecadores siguen subsistiendo, mezclados por sus
cuerpos, pero en continua lucha y separados por su corazón, hasta que se
produzca la parusía o segunda venida de Cristo, quien se encargará definitivamente
de separar las dos ciudades, asegurando el triunfo definitivo de la Ciudad
Celestial. A la espera del Juicio, ambas comunidades buscan alcanzar igualmente
la paz, imagen temporal o histórica del Bien Supremo. Éste, y no otro, es el
fin último de las dos ciudades que distingue San Agustín, ya que por
naturaleza, el hombre desea la paz.
Cree el
teólogo que el orden es la condición necesaria para la paz, por lo que define
ésta como la “tranquilidad del orden”: el cuerpo, el alma, la familia y la
sociedad o ciudad alcanzan la paz cuando existe el orden, es decir, cuando la
racionalidad se impone la irracionalidad, y cada cosa ocupa el lugar que le
corresponde, existiendo una armonía o concordia entre sus partes. Los miembros
de ambas ciudades anhelan la paz; pero mientras los ciudadanos de la Ciudad
Terrenal sólo buscan la paz temporal ( pax temporalis) como fin último del
Reino de este mundo, los miembros de la Ciudad Celestial usan de la paz
temporal como medio para alcanzar la verdadera paz ,la paz eterna (pax
aeterna), propia del Reino de Dios
El
ejercicio efectivo del orden, y por tanto, la garantía de la paz, es la
justicia, base del Derecho. Sin embargo, la justicia humana o terrenal es
imperfecta; sólo en la Ciudad de Dios, gobernada por la ley eterna, existe
verdadera justicia. Así la Ciudad de Dios, representada en la tierra por la
Iglesia, se muestra también en San Agustín como el ideal ético hacia el que
debe encaminarse la realidad histórica del Estado. De hecho, esta doctrina será
utilizada para defender la prioridad de la Iglesia sobre los poderes políticos,
exigiendo su sumisión, lo que ocurrirá en la alta Edad Media. Asegurada esa
dependencia, San Agustín aceptará que la sociedad es necesaria al individuo,
aunque no sea un bien perfecto; sus instituciones, como la familia, se derivan
de la naturaleza humana, siguiendo la teoría de la sociabilidad natural de
Aristóteles, y el poder de los gobernantes procede directamente de Dios.
San
Agustín usa una parábola, la del trigo y la cizaña[2]
para dar más fuerza a su explicación. Así como el sembrador deja que crezcan en
el campo el trigo y la cizaña y espera el momento de la cosecha para separar la
semilla buena de la mala, Dios permite que exista la ciudad terrenal junto a la
ciudad de Dios y no hace desaparecer a la ciudad terrenal o de los hombres, como también la llama en su
obra. Habrá que esperar al Juicio final , al fin de la historia, para que Dios
separa la semilla buena de la mala.
A
Dios la historia no se le ha escapado de las manos, El da libertad al hombre,
el hombre muchas veces no realiza los designios de Dios sin embargo Dios sigue
estando presente en la historia, en su Providencia sigue guiando el curso de la
historia. En ella se conjugan la libertad del Dios y la del hombre, libertad
esta que muchas veces se opone a la ley de Dios pero Dios que todo lo puede
sigue estando bajo los acontecimientos. Dios es el Señor de la historia.
………………………………………………………………………………………………….
Encontramos
así delineada la cosmovisión cristiana ya muy diversa de la pagana[3].
En
esta cosmovisión, en la cual el aporte de San Agustín es evidente, la historia
es lineal, atrás queda la concepción cíclica del tiempo, el mito del eterno
retorno. La historia tiene un principio y tendrá un fin[4]
. El mundo ha sido creado de la nada, ex nihilo,
sin materia preexistente por este Dios que es eterno, existe desde
siempre, trasciende el mundo. En la diversidad de seres creados (minerales,
vegetales, animales) el hombre ocupa un lugar esencial, ha sido hecho a imagen
y semejanza de Dios. Es un ser espiritual, inteligente y libre allí su cercanía
a Dios[5].
El hombre ha sido puesto en la creación para administrar el mundo, para
continuar y cooperar con la obra creadora de Dios actuando sobre su entorno y
sirviéndose de la creación para transformar el mundo y poder vivir mejor él y
las generaciones que le sucedan. Pero esta vida mejor será siempre con una
mirada hacia lo alto. Su destino final será volver a Dios de cuya mano ha
salido , allí está su felicidad plena.
En palabras de
San Agustín “…nos has hecho para ti
Señor y nuestro corazón está inquieto
hasta que repose en ti…..”
El
pecado original , cometido por nuestros primeros padres Adán y Eva, desordena
al hombre y lo distancia de Dios, pierde la amistad con Dios y pierde la
armonía original con la que ha sido creado. [6]Hay
una fisura interna en todo ser humano y esto se transmite a todo el género
humano. Y la muerte [7]que
todo hombre debe enfrentar desde Adán y Eva entra al mundo por el pecado .
Pero Dios
promete a la primer pareja humana un Salvador, un Redentor que salvaría al
mundo restituyendo la amistad perdida con Dios. Este Salvador es Cristo, su
nacimiento , muerte y resurrección son los hechos más importantes de la
historia, por ello los cristianos afirman que la historia es Cristocéntrica.
Cristo deja la Iglesia que será quien guíe al hombre en su transitar en la
tierra y quien permita a partir de los sacramentos llevar la misma vida de Dios
a los hombres.
Con el
Bautismo el hombre borra la huella del pecado original y se convierte en hijo
de Dios, la Santísima Trinidad habita a
partir de entonces en su alma. Este
sacramento imprime un carácter indeleble al hombre, siempre será hijos de Dios,
cristiano, y con la presencia de Dios y su ayuda dada principalmente a través
de los sacramentos podrá hacer el bien, luchar con sus debilidades (recordemos
que las huellas o fisuras del interior del hombre, esa pérdida de unidad
consecuencia del pecado original perviven en todo hombre).
En la Historia
cada hombre tiene un valor enorme, cada hombre viene al mundo con una misión a
través de cuyo cumplimiento alcanzará su salvación. Dios no pide a cada uno
algo irrealizable sino algo a la medida de cada uno. Pero Dios da al hombre su
libertad, por ello El respeta las decisiones de los hombres, seres libres y
contingentes, El no nos avasalla. San Agustín habla de la suavidad de Dios en
cuanto que quiere conducirnos pero no nos coarta. El respeta las decisiones de
los hombres, de allí la presencia del
mal en el mundo.
Pero la
historia tiene una trama más profunda, en ella se conjugan la libertad de los
hombres pero bajo este actuar está Dios
que sigue actuando, que sigue estando presente y que en su providencia,
gobierna el mundo. A Dios el mundo no se le ha escapado de las manos, en
principio sigue dando el ser y la existencia a cada creatura y permite que el hombre transite con libertad su
vida pero el plan salvífico de Dios continúa en la historia buscando que cada
hombre alcance su salvación , que no es otra cosa que su plenitud y felicidad.
Muchas veces
parece que Dios ha abandonado la historia, pero otras su presencia irrumpe
claramente a través de acontecimientos
que suceden o quizás no suceden, a través de personas que muestran su
presencia en el mundo por su palabra y su bondad, a través de su voz que
resuena en el interior de cada uno de nosotros.
[1] .
De Civitate Dei
[2]
Mateo 13
[3] El
influjo de San Agustín esta en varios de los puntos que siguen
[4] El
fin de la historia se dará cunado Cristo descienda del Cielo para jusgar a
vivos y muertos
[5]
Los ángeles, seres puramente espirituales son aún más semejantes a Dios por no
poseer cuerpo. Pero el hombre que no es un ángel encontrará su plenitud en el
pleno desarrollo de su ser espiritual y corporal, el cuerpo es algo bueno en el
hombre
[7] Por tanto, la muerte fue contraria a los
designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado.
"La muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera
pecado ", es así "el último enemigo" del hombre que debe ser
vencido." (Catecismo, n. 1008).
San Agustín. Película.-
Recomendamos
el fragmento siguiente de la película: https://www.youtube.com/watch?v=eNkHQBXcRjM
Homilía del amor: "Ama y haz lo que quieras..."
Y si te ha interesado, aquí va el filme completo en dos partes.
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Homilía del amor: "Ama y haz lo que quieras..."
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