sábado, 31 de mayo de 2014

La Edad Media: panorama general.



La crisis del Imperio y la transición hacia la Edad Media.

1- Cuadro general: La crisis del siglo III.
2- Mapas: La división del Imperio, las invasiones de los germanos y  los reinos tras la caída del imperio de Occidente (476).
a) División del Imperio:

b) Invasiones germánicas


c) formación de los reinos tras la caída de Roma Occidental.




3- La crisis del Imperio y las invasiones bárbaras.





San Agustín: puente entre la Antigüedad y el Medioevo. texto y película.

Texto de Cátedra: 
SAN AGUSTÍN.

De los Padres de la Iglesia de habla latina San Agustín realiza un aporte sustancial al explicar a su feligresía del norte de África , recordemos que él es obispo de Hipona,  su concepción de la historia y del sentido del obrar  de Dios en la misma. Es el tema de la libertad de Dios y de los hombres, del gobierno del mundo, del tiempo, de la existencia del mal en la historia, etc.  En su libro la Ciudad de Dios [1]aborda todos estos temas que son una respuesta para esos cristianos de entonces pero constituyen una respuesta u orientación para todo cristiano que se enfrente a estos interrogantes. Su pensamiento es una verdadera teología de la historia que marcaría el pensamiento posterior , en primer término influenciaría enormemente en la edad media y  en épocas sucesivas. Su concepción siempre será un referente de una cosmovisión cristiana del tiempo, de la historia y del  misterio que ella entrañan al encontrarse en la misma conjugadas la libertad de los hombres y la de Dios.

Su ciudad Hipona se encuentra sitiada por los vándalos y los romanos que allí viven sufren la angustia de ver cómo peligra su vida y la existencia del mismo  imperio romano. La misma Roma es saqueada  en esos días por el rey visigodo Alarico, corre el año 410. Esto conmociona al mundo civilizado entonces, el imperio romano de occidente tiene los días contados.
El cristianismo ya es la religión oficial del imperio romano, sus habitantes están consternados  ¿ Cómo es posible que Dios permita que esto suceda?, ¿Acaso se ha olvidado de ellos? Luego de haber sufrido tantos años de persecuciones, unos 250 años en los que los cristia-nos han muerto con tan diversos tormentos en todos los puntos del imperio, ahora sucumbirán ante los pueblos que lo asolan  desde distintos puntos.
Nos dice Fraile el peligro de los bárbaros o germanos afecta a los hombres de entonces y sacudía como un “terremoto cósmico los espíritus de quienes confiaban en la fuerza y perennidad del Imperio romano”. También están los paganos que acusan a los cristianos de los males de Roma
En la primer parte de La Ciudad de Dios, San Agustín rechaza las acusaciones  de los paganos contra la Iglesia al ver el declinar de Roma en la ciudad capital y en variados frentes de su territorio.  Los  paganos culpan a los cristianos de tal desastre, argumentando que su pacifismo y el abandono de los dioses tradicionales en favor del cristianismo, convertido desde hacía tiempo en la religión del imperio, han sido la causa de la pérdida del poder de Roma y de su posterior destrucción.  Pero al mismo tiempo, el obispo de Hipona ataca a fondo el paganismo , demostrando su incapacidad para asegurar la felicidad y prosperidad en la tierra y sobre todo para preparar la de la vida futura. El expone y critica las diversas escuelas filosóficas y religiosas latinas y griegas.
En la segunda parte de su obra hace la confrontación de los dos reinos, su origen, su desarrollo, su fin. La ciudad de Dios y la ciudad Terrenal o de los hombres.  El distribuye los acontecimientos históricos en seis períodos, correspondientes a la creación, con su mañana y su tarde.
La raza humana se encuentra dividida entre estas dos ciudades o sociedades . “Dos amores engendran estas dos ciudades”.
            San Agustín ensaya una explicación histórica para tales hechos partiendo de la concepción teológica de la historia de la Humanidad, desde la Creación del mundo hasta el Juicio Final, proyectando sobre ella una simbología cristina y como el resultado de la lucha de dos ciudades, la del Bien y la del Mal, la de Dios y la terrenal, de la luz y de las tinieblas.
                Siguiendo este criterio y aplicando de nuevo su teoría de los dos amores : el amor espiritual ( amor Dei) y el sensible o egoísta (amor sui) , San Agustín distingue dos tipos de de sociedades o dos ciudades simbólicas : La Ciudad de Dios , símbolo del amor espiritual y ordenado componen cuantos siguen su palabra, los creyentes; y la Ciudad Terrenal, símbolo del amor material y desordenado , compuestos por la comunidad de los que no creen.
                La Ciudad de Dios, representada por Jerusalén fue fundada por Abel, y sobre ella reina Dios: se trata en realidad de una ciudad interior, espiritual (aunque encuentra su proyección exterior en la Iglesia), constituida por todos aquellos que aman a Dios, anteponiendo este amor a todo lo demás. Sus miembros, que peregrinan por este mundo a la espera de su reencuentro con la Divinidad en el más allá, buscan la gloria de Dios y están unidos, no por la autoridad, sino por la caridad, garante del perfecto orden y armonía que en ella reinan.
En cambio, la Ciudad Terrenal, simbolizada por Babilonia (confusión) o la Roma pagana (corrupción, tiranía), debe su fundación a Caín, y sobre ella reinan el demonio, las Tinieblas, y el Mal. Está formado por todos aquellos que anteponen el amor propio y el amor a las cosas mundanas al amor divino. Su unidad es forzada, porque procede del sometimiento a la autoridad del Estado que, para garantizar el orden, necesita ejercer la violencia.
Desde esta perspectiva, la Historia se concibe como un drama sagrado, en el que se desarrolla una continua lucha entre la Ciudad Divina y la Ciudad Terrenal, entre el amor a Dios, la fe, la esperanza, la caridad y la justicia, por una parte, y el amor al mundo, las pasiones, el egoísmo, la ambición y el poder del más fuerte, por otra. Se trata de una lucha colectiva, porque afecta al conjunto de la Humanidad, y al mismo tiempo, individual, pues se libra en el corazón de cada ser humano, cuya alma, ayudada por la gracia de Dios, debe combatir las fuerzas del mal para merecer un puesto en la Ciudad Celeste.
                Las dos ciudades están mezcladas y se entrecruzan: no son dos tipos de realizaciones históricas (Estado civil e Iglesia, por ejemplo), sino principios opuestos de la conducta personal y de las realidades sociales. Por consiguiente, esta contraposición no responde a las dos realidades sociales de la Iglesia y los Estados civiles, sino que expresan más bien las dos comunidades espirituales según la ley de Dios o contra ella, comunidad del orden o del caos, del ideal o del instinto. Así pues, en el desarrollo de la historia, los contornos de las dos ciudades no son perfectamente netos: la Iglesia no coincide con la ciudad de Dios, ya que en el interior de ella conviven buenos y malos, del mismo modo en que la ciudad terrena no se identifica con ninguna entidad política determinada.
Agustín reconoce el carácter natural de la sociedad civil y del Estado. La Iglesia, por su parte, ha de servir de mentora de la sociedad y del Estado, para vigilar y encaminar a los hombres a su salvación. La autoridad civil, si se halla impregnada del espíritu cristiano, puede facilitar y promover la ciudad eterna postulada por la voluntad divina.
Pertenece al sentido de la historia del mundo el hecho de que estas dos ciudades se contrapongan y luchen entre sí. Sin embargo, y ésta es la conclusión de San Agustín, cualquiera que sea la historia de la humanidad, con sus alternancias de predominio del bien y del mal, al final la "civitas terrena" perecerá y saldrá vencedora la "civitas Dei", en virtud del amor a Dios, "pues el bien es inmortal y la victoria ha de ser de Dios". Esa lucha continuará hasta el final de los tiempos, en que la ciudad de Dios triunfará sobre la terrenal, apoyándose San Agustín en los textos sagrados del Apocalipsis para defender su postura. En este punto, San Agustín mantiene una posición providencialista: Dios ha previsto y garantiza la victoria final del bien sobre el mal, asegurando la paz eterna y la resurrección de los justos, así como el eterno castigo de los réprobos.
San Agustín divide el curso de la historia en seis épocas, correspondientes a los seis días bíblicos de la creación. Desde la venida de Cristo, vivimos en la última época, pero la duración de la misma es indeterminada y sólo Dios la conoce. La caída de Roma no significa, por consiguiente, que haya llegado el fin del mundo, sino que representa únicamente el fin de uno de los exponentes de la Ciudad Terrenal. Mientras justos y pecadores siguen subsistiendo, mezclados por sus cuerpos, pero en continua lucha y separados por su corazón, hasta que se produzca la parusía o segunda venida de Cristo, quien se encargará definitivamente de separar las dos ciudades, asegurando el triunfo definitivo de la Ciudad Celestial. A la espera del Juicio, ambas comunidades buscan alcanzar igualmente la paz, imagen temporal o histórica del Bien Supremo. Éste, y no otro, es el fin último de las dos ciudades que distingue San Agustín, ya que por naturaleza, el hombre desea la paz.
Cree el teólogo que el orden es la condición necesaria para la paz, por lo que define ésta como la “tranquilidad del orden”: el cuerpo, el alma, la familia y la sociedad o ciudad alcanzan la paz cuando existe el orden, es decir, cuando la racionalidad se impone la irracionalidad, y cada cosa ocupa el lugar que le corresponde, existiendo una armonía o concordia entre sus partes. Los miembros de ambas ciudades anhelan la paz; pero mientras los ciudadanos de la Ciudad Terrenal sólo buscan la paz temporal ( pax temporalis) como fin último del Reino de este mundo, los miembros de la Ciudad Celestial usan de la paz temporal como medio para alcanzar la verdadera paz ,la paz eterna (pax aeterna), propia del Reino de Dios
                El ejercicio efectivo del orden, y por tanto, la garantía de la paz, es la justicia, base del Derecho. Sin embargo, la justicia humana o terrenal es imperfecta; sólo en la Ciudad de Dios, gobernada por la ley eterna, existe verdadera justicia. Así la Ciudad de Dios, representada en la tierra por la Iglesia, se muestra también en San Agustín como el ideal ético hacia el que debe encaminarse la realidad histórica del Estado. De hecho, esta doctrina será utilizada para defender la prioridad de la Iglesia sobre los poderes políticos, exigiendo su sumisión, lo que ocurrirá en la alta Edad Media. Asegurada esa dependencia, San Agustín aceptará que la sociedad es necesaria al individuo, aunque no sea un bien perfecto; sus instituciones, como la familia, se derivan de la naturaleza humana, siguiendo la teoría de la sociabilidad natural de Aristóteles, y el poder de los gobernantes procede directamente de Dios.
                San Agustín usa una parábola, la del trigo y la cizaña[2] para dar más fuerza a su explicación. Así como el sembrador deja que crezcan en el campo el trigo y la cizaña y espera el momento de la cosecha para separar la semilla buena de la mala, Dios permite que exista la ciudad terrenal junto a la ciudad de Dios y no hace desaparecer a la ciudad terrenal  o de los hombres, como también la llama en su obra. Habrá que esperar al Juicio final , al fin de la historia, para que Dios separa la semilla buena de la mala.
                A Dios la historia no se le ha escapado de las manos, El da libertad al hombre, el hombre muchas veces no realiza los designios de Dios sin embargo Dios sigue estando presente en la historia, en su Providencia sigue guiando el curso de la historia. En ella se conjugan la libertad del Dios y la del hombre, libertad esta que muchas veces se opone a la ley de Dios pero Dios que todo lo puede sigue estando bajo los acontecimientos. Dios es el Señor de la historia.
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                Encontramos así delineada la cosmovisión cristiana ya muy diversa de la pagana[3].
                En esta cosmovisión, en la cual el aporte de San Agustín es evidente, la historia es lineal, atrás queda la concepción cíclica del tiempo, el mito del eterno retorno. La historia tiene un principio y tendrá un fin[4] . El mundo ha sido creado de la nada, ex nihilo, sin materia preexistente por este Dios que es eterno, existe desde siempre,  trasciende el mundo. En la  diversidad de seres creados (minerales, vegetales, animales) el hombre ocupa un lugar esencial, ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios. Es un ser espiritual, inteligente y libre allí su cercanía a Dios[5]. El hombre ha sido puesto en la creación para administrar el mundo, para continuar y cooperar con la obra creadora de Dios actuando sobre su entorno y sirviéndose de la creación para transformar el mundo y poder vivir mejor él y las generaciones que le sucedan. Pero esta vida mejor será siempre con una mirada hacia lo alto. Su destino final será volver a Dios de cuya mano ha salido , allí está su felicidad plena.
En palabras de San Agustín  “…nos has hecho para ti Señor y  nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti…..”
                El pecado original , cometido por nuestros primeros padres Adán y Eva, desordena al hombre y lo distancia de Dios, pierde la amistad con Dios y pierde la armonía original con la que ha sido creado. [6]Hay una fisura interna en todo ser humano y esto se transmite a todo el género humano. Y la muerte [7]que todo hombre debe enfrentar desde Adán y Eva entra al mundo por el pecado .
Pero Dios promete a la primer pareja humana un Salvador, un Redentor que salvaría al mundo restituyendo la amistad perdida con Dios. Este Salvador es Cristo, su nacimiento , muerte y resurrección son los hechos más importantes de la historia, por ello los cristianos afirman que la historia es Cristocéntrica. Cristo deja la Iglesia que será quien guíe al hombre en su transitar en la tierra y quien permita a partir de los sacramentos llevar la misma vida de Dios a los hombres.
Con el Bautismo el hombre borra la huella del pecado original y se convierte en hijo de Dios, la Santísima Trinidad  habita a partir de entonces en su alma.  Este sacramento imprime un carácter indeleble al hombre, siempre será hijos de Dios, cristiano, y con la presencia de Dios y su ayuda dada principalmente a través de los sacramentos podrá hacer el bien, luchar con sus debilidades (recordemos que las huellas o fisuras del interior del hombre, esa pérdida de unidad consecuencia del pecado original perviven en todo hombre).
En la Historia cada hombre tiene un valor enorme, cada hombre viene al mundo con una misión a través de cuyo cumplimiento alcanzará su salvación. Dios no pide a cada uno algo irrealizable sino algo a la medida de cada uno. Pero Dios da al hombre su libertad, por ello El respeta las decisiones de los hombres, seres libres y contingentes, El no nos avasalla. San Agustín habla de la suavidad de Dios en cuanto que quiere conducirnos pero no nos coarta. El respeta las decisiones de los hombres, de allí la presencia del  mal en el mundo.
Pero la historia tiene una trama más profunda, en ella se conjugan la libertad de los hombres pero bajo este actuar está  Dios que sigue actuando, que sigue estando presente y que en su providencia, gobierna el mundo. A Dios el mundo no se le ha escapado de las manos, en principio sigue dando el ser y la existencia a cada creatura y  permite que el hombre transite con libertad su vida pero el plan salvífico de Dios continúa en la historia buscando que cada hombre alcance su salvación , que no es otra cosa que su plenitud y felicidad.
Muchas veces parece que Dios ha abandonado la historia, pero otras su presencia irrumpe claramente a través de acontecimientos  que suceden o quizás no suceden, a través de personas que muestran su presencia en el mundo por su palabra y su bondad, a través de su voz que resuena en el interior de cada uno de nosotros.





[1] . De Civitate Dei
[2] Mateo 13
[3] El influjo de San Agustín esta en varios de los puntos que siguen
[4] El fin de la historia se dará cunado Cristo descienda del Cielo para jusgar a vivos y muertos
[5] Los ángeles, seres puramente espirituales son aún más semejantes a Dios por no poseer cuerpo. Pero el hombre que no es un ángel encontrará su plenitud en el pleno desarrollo de su ser espiritual y corporal, el cuerpo es algo bueno en el hombre
[7] Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado. "La muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado ", es así "el último enemigo" del hombre que debe ser vencido." (Catecismo, n. 1008).

San Agustín. Película.- 

Recomendamos 
el fragmento siguiente de la película: https://www.youtube.com/watch?v=eNkHQBXcRjM
Homilía del amor: "Ama y haz lo que quieras..."






Y si te ha interesado, aquí va el filme completo en dos partes.




Los primeros Concilios ecuménicos y las herejías.

Primer Concilio de Nicea. Año 325
I concilio ecuménico. Reunido por el Emperador Constantino durante el pontificado de San Silvestre. Contra el arrianismo.

Es el Primer Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, que se celebró en el año 325 con motivo de la herejía de Arrio (Arrianismo). Anteriormente, en el año 320, o en el 321, San Alejandro, obispo de Alejandría, había convocado en dicha ciudad un concilio en el cual más de cien obispos de Egipto y Libia anatematizaron a Arrio. Pero éste continuó oficiando en su iglesia y reclutando adeptos. Cuando, finalmente, fue expulsado, se dirigió a Palestina y, desde allí, a Nicomedia. Durante este tiempo, San Alejandro publicó su "Epistola encyclica", que fue contestada por Arrio; a partir de este momento fue evidente que la polémica había llegado a un punto que escapaba a la posibilidad del control humano. Sozomenes menciona un Concilio de Bitinia del que surgió una encíclica dirigida a todos los obispos solicitándoles que recibieran a los arrianos en la comunión de la Iglesia. Esta disputa, junto con la guerra que pronto estalló entre Constantino y Licinio, complicó la situación y explica, en parte, el agravamiento del conflicto religioso durante los años 322-323.

El arrianismo tomó su nombre de Arrio (256-336) sacerdote de Alejandría y después obispo libio, quien desde el 318 propagó la idea de que no hay tres personas en Dios sino una sola persona, el Padre. Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por Dios de la nada como punto de apoyo para su Plan. El Hijo es, por lo tanto, criatura y el ser del Hijo tiene un principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía. Al sostener esta teoría, negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad. A Jesús se le puede llamar Dios, pero solo como una extensión del lenguaje, por su relación íntima con Dios.
Admitía la existencia del Dios único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no divino sino pura creatura, aunque más excelsa que todas las otras y escogido como in
San Silvestre, Papa.
Finalmente, después de haber vencido a Licinio y haber sido proclamado emperador único, Constantino se ocupó de restablecer la paz religiosa y el orden civil. Envió cartas a San Alejandro y a Arrio lamentando sus acaloradas controversias relativas a asuntos sin importancia práctica y aconsejándoles que se pusieran de acuerdo sin demora. Era evidente que el emperador no se daba cuenta entonces de la importancia de la controversia de Arrio. Osio de Córdoba, su consejero en asuntos religiosos, llevó la carta del emperador a Alejandría, pero fracasó en su misión conciliatoria. Ante esto, el emperador, aconsejado tal vez por Osio, pensó que no había mejor solución para restaurar la paz en la Iglesia que convocar un concilio ecuménico.

Constantino el Grande.
El propio emperador, en unas respetuosas cartas, rogó a los obispos de los distintos países que acudieran sin demora a Nicea. Asistieron al Concilio varios obispos de fuera del Imperio Romano (por ejemplo, de Persia). No queda demostrado históricamente si el emperador, al convocar el Concilio, actuó por su cuenta y en su propio nombre o si lo hizo de acuerdo con el Papa; sin embargo, es probable que Constantino y Silvestre hubieran llegado a un acuerdo. Con objeto de facilitar la asistencia al Concilio, el emperador puso a disposición de los obispos los medios de transporte públicos y los correos del imperio; incluso, mientras se celebraba el Concilio, aportó provisiones abundantes para el mantenimiento de los asistentes.

La elección de Nicea fue positiva para facilitar la asistencia de un importante número de obispos. Era fácilmente accesible para los obispos de casi todas las provincias, pero especialmente para los de Asia, Siria, Palestina, Egipto, Grecia y Tracia. Las sesiones se celebraron en el templo principal y en el vestíbulo central del palacio imperial. Verdaderamente, era necesario un gran espacio para recibir a una asamblea tan numerosa, aunque el número exacto de asistentes no se conoce con certeza. (…) La apertura del Concilio se realizó por Constantino con gran solemnidad. El emperador esperó, antes de realizar su entrada, a que todos los obispos hubiesen ocupado sus lugares. (…) Después de ser saludado en una breve alocución, el emperador pronunció un discurso en latín, expresando su deseo de que se restableciera la paz religiosa. El emperador abrió la sesión en calidad de presidente honorífico y, además, asistió a las sesiones posteriores, pero dejó la dirección de las discusiones teológicas, como era justo, en manos de las autoridades eclesiásticas del Concilio. Parece que el presidente fue, realmente, Osio de Córdoba, asistido por los representantes del Papa, Víctor y Vincentius. Las discusiones teológicas se sucedieron diariamente. Rufino nos dice que se celebraron sesiones diarias y que Arrio era citado a menudo antes de la asamblea; sus opiniones se discutían seriamente y se escuchaban con atención los argumentos en contra. La mayoría, especialmente quienes eran defensores de la fe, se declararon enérgicamente contra las impías doctrinas de Arrio.

A Osio y a San Atanasio, hay que atribuir una influencia preponderante en la formulación del símbolo del Primer Concilio Ecuménico, del cual el texto que figura a continuación es una traducción literal:
Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, esto es, de la sustancia [ek tes ousias] del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre [homoousion to patri], por quien todo fue hecho, en el cielo y en la tierra; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y volverá para juzgar a vivos y a muertos. Y en el Espíritu Santo. Aquellos que dicen: hubo un tiempo en el que Él no existía, y Él no existía antes de ser engendrado; y que Él fue creado de la nada (ex ouk onton); o quienes mantienen que Él es de otra naturaleza o de otra sustancia [que el Padre], o que el Hijo de Dios es creado, o mudable, o sujeto a cambios, [a ellos] la Iglesia Católica los anatematiza.

La adhesión fue general y entusiasta. Todos los obispos, salvo cinco, se declararon prestos a suscribir dicha fórmula, convencidos de que contenía la antigua fe de la Iglesia Apostólica. Asimismo, rechazaban las doctrinas de Arrio (…) De todas las Actas del Concilio, que, según se ha afirmado, fueron numerosas, solamente han llegado hasta nosotros tres fragmentos: el credo, o símbolo, reproducido más arriba; los cánones; y el decreto sinodal.

                                                     Primer Concilio de Constantinopla. Año 381
II concilio ecuménico. Reunido durante el pontificado del Papa San Dámaso y el Emperador Teodosio el Grande.
Después del Concilio de Nicea, la herejía arriana, según la cual Jesús de Nazaret era solo un hombre que habría sido adoptado por Dios, seguía provocando polémicas y sumando seguidores. El mismo emperador Constantino, que había precedido Nicea, se había pasado a la otra orilla, favoreciendo a los obispos arrianos... Por ello, el emperador Teodosio, que llegó al trono en 379, convocó a una nueva reunión solemne, pero esta vez no habría sido él quien la presidiera, sino los obispos Melecio de Antioquía (de la iglesia fundada por Pedro y segunda después de Roma) y Gregorio Nacianceno. Estuvieron presentes 150 obispos, todos orientales, en mayo de 381. En Roma estaba el Papa Dámaso I, cuya autoridad estaba ya fuera de discusión.
 Macedonio, patriarca de Constantinopla, admitía la divinidad del Verbo pero la negaba en el Espíritu Santo; decía que era una criatura de Dios, una especie de superministro de todas las gracias.   Reunido durante el pontificado del Papa San Dámaso y el Emperador Teodosio el Grande, reafirmó la divinidad del Espíritu Santo. 

Teodosio El Grande.
Un año antes, con el edicto “Cunctos Populos”, el mismo emperador Teodosio había querido reafirmar solemnemente que el canon, es decir la “regla” de la fe que medía la pertenencia a la Iglesia era «la fe de Pedro». La primera decisión del nuevo Concilio fue la explícita mencióndel Espíritu Santo, porque comenzaba también a extenderse la influencia de los Pneumatómacos (o macedonianos, por el nombre del obispo Macedonio de Constantinopla), que estaban en contra de la afirmación de la divinidad del Espíritu Santo.

Se formuló la profesión de fe llamada Credo “niceno-constantinopolitano”, que afirmaba la divinidad del Padre, del Hijo eterno encarnado en Jesús de Nazaret y del Espíritu Santo. ¿Novedad? ¡No! El primer escrito del Nuevo Testamento, la Primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses, que fue escrita entre el 40  el 50, comienza nombrando en los primeros versículos al Padre, a Jesucristo su hijo y al Espíritu Santo.

El Concilio también condenó la herejía “apolinarista”, por el nombre del obispo Apollinare que la había formulado, perfecto envés de la herejía arriana: de hecho, los apolinaristas afirmaban que Jesús de Nazaret, verdadero Dios, era solo de forma imperfecta hombre, sin verdadera alma humana, cuya función la desarrollaba la misma divinidad. Además de las reglas doctrinales, el Concilio reguló la vida práctica de las Iglesias de la época, delimitando las provincias eclesiásticas, independientes las unas de las otras, y se declaró que Constantinopla era la “segunda Roma”, cuyo obispo era un patriarca segundo en el orden jerárquico tras el obispo de Roma.

La conclusión del Concilio se dio con un decreto imperial con el que Teodosio pidió que todas las Iglesias reintegraran a los obispos que habían sido destituidos por los arrianos porque habían afirmado la igualdad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.  Hay que recordar que el Papa Dámaso, desde Roma, aprobó los decretos del Concilio. Así que eran dos las cuestiones importantes:  Jesús verdadero Dios y hombre verdadero, y la afirmación de la Trinidad divina. Las discusiones posteriores (como veremos) se concentrarían sobre la forma para pensar la integración en la persona de Cristo de ambas naturalezas, humana y divina... Pero eso se daría en el siguiente Concilio, de Calcedonia en 451, que comenzó con el reconocimiento formal del verdadero ecumenismo de este primer Concilio de Constantinopla, convocado por Teodosio y aprobado por Dámaso I, obispo de Roma y sucesor de Pedro.


Concilio de Éfeso. Año 431
III concilio ecuménico. El emperador era Teodosio II, y el Papa San Celestino I.
Habían pasado exactamente 50 años del primer Concilio de Constantinopla, pero el problema que se discutía con aspereza seguía siendo el de la relación entre la humanidad y la divinidad de Jesús de Nazaret, Cristo, es decir Mesías y Salvador. Había dos escuelas: en Alejandría, el obispo Cirilo defendía la doctrina de Nicea: Jesús como hombre verdadero y como Dios verdadero. En Antioquia, en cambio, el obispo Nestorio insistía en que Jesús era un hombre verdadero, pero Dios solo por una especie de adopción divina. Por ello, según la primera escuela María, madre de Jesús, también era la madre de Dios (“theotòkos”), mientras que para la segunda escuela era solo la madre de Cristo, es decir la que llevaba a Dios dentro de sí (“theòphoros”)…

La discrepancia era dura y antigua; ya el Papa Celestino I, en 430, había convocado a una reunión en Roma con obispos que indicaban que Jesús era un verdadero Dios y un verdadero hombre, pero las discusiones eran tan fuertes que incluso representaban una amenaza para el Imperio. Por ello, Teodosio II, emperador, quiso convocar a un nuevo Concilio (que se llevó a cabo durante el verano de 431) de todo el mundo habitado, llamado “Ecumène”, y al que invitó a todos los obispos, sobre todo al de Roma, Celestino I, que decidió enviar a dos representantes y a una mente genial: Agustín de Hipona. Lo malo fue que murió en 430, antes de que empezara el Concilio.

El Concilio constó de tres sesiones de discusión y finalmente sentenció, definiendo el dogma de la Santísima Trinidad. Se subrayó desde el comienzo la postura de Nicea y Constantinopla, los Concilios anteriores, llamada “unitaria”, porque indican que las dos naturalezas, divina y humana, están perfectamente unidas: Jesús de Nazaret es el Verbo de Dios, Dios como el Padre y el Espíritu Santo, que nació verdaderamente como hombre del vientre de María, quien, por lo mismo, es la verdadera Madre de Dios.
 También se dio la condena casi inmediata y unánime de la doctrina del obispo Pelagio, quien consideraba que la naturaleza humana no estaba marcada por el pecado original, por lo que podía obtener la salvación tan solo con sus fuerzas naturales.

Concilio de Calcedonia. Año 451
IV concilio ecuménico.

El Cuarto Concilio Ecuménico, tuvo lugar en el 451, desde Octubre 8 hasta el 1 de Noviembre, en Calcedonia, una ciudad de Bitinia en Asia Menor. El emperador fue Marciano y el Papa: León I El Magno. Su principal propósito fue defender la doctrina Católica ortodoxa en contra de la herejía de Eutiques y los Monofisistas. Por combatir fervorosamente las doctrinas de Nestorio, surgió entonces el error opuesto a esa herejía. Nestorio dividió lo divino y lo humano en Cristo, de tal forma que pensó en la existencia de dos seres en Cristo, los Monofisistas hablaban de la unidad física de Cristo, sostuvieron que las dos naturalezas existentes en Él, la divina y la humana, estaban tan íntimamente unidas que llegaban a ser físicamente una, la divina. Así resultaba un Cristo, no solo con una sola persona sino también con una sola naturaleza, negando su naturaleza humana. Los principales representantes de esta enseñanza fueron Dioscoros, patriarca de Alejandría, y Eutiques, un presidente de un monasterio fuera de Constantinopla. El error Monofisista, tal como fue llamado (del griego mono physis, una sola naturaleza), reclamó la autoridad de San Cirilo, a causa de las imprecisiones en algunas expresiones del gran profesor de Alejandría. Tras dieciséis sesiones de debate, esas afirmaciones fueron encontradas por el Concilio como contrarias a la ortodoxia cristiana y enmendada en confirmación también de lo sentenciado en los tres Concilios anteriores.

 Fuente: www.es.catholic.net   Enciclopedia católica:  Historia de la Iglesia. Selección y adaptación. 

martes, 20 de mayo de 2014

Cristianismo e Imperio: Persecuciones. Primeros cristianos. Catacumbas.

1- Para ampliar información  sobre el tema, consultar:
http://www.primeroscristianos.com/index.php/persecuciones
http://www.primeroscristianos.com/index.php/catacumbas

2- Mapa sobre la expansión del cristianismo,
3- Observe los siguientes vídeos cortos:

Sobre el cristianismo en el cine:

       Existen numerosas películas que recrean este período de la historia del cristianismo.  El género fílmico que las integra se denomina "peplum" y cobraron auge entre las décadas del 50 y del 60. No obstante existen preciosísimas obras anteriores referidas a este tema. La mayoría de ellas están basadas en novelas históricas.
       
        Un buen ejemplo está constituído por la película "La rebelión de los esclavos" de 1961, de producción italiana, cuyo guión está basado en la novela del Cardenal Nicolás Wiseman "Fabiola", ambientada en el siglo IV, durante la persecución general de Diocleciano contra los cristianos.

        La más conocida de ellas es "The robe" traducida como El manto sagrado (o la túnica sagrada). Están disponibles en internet y además de tocar temas históricos, novelizados o llevar novelas clásicas a la pantalla grande, constituyen "joyas" del cine universal.
     
         Sin embargo, la película más antigua de todas sobre el cristianismo data de 1897 y es una versión muda de  "Quo vadis"novela histórica del autor polaco Henryk Sienkiewicz, premio Nobel en 1905. La versión más conocida de esta novela es de 1951, coproducción de Hollywood y Cinecittá (Italia), pero ha tenido numerosas réplicas a lo largo de la década del 60 y del 70, llegando incluso a realizarse una miniserie para televisión.

Cristianismo: San Pedro, la película.

San Pedro (Pietro)
Origen: Italia.
Año: 2005- Dir. Giulio Basse
Producción: RAI-Uno

Ofrecemos unos fragmentos del final de la película que son, no solamente significativos para los contenidos de la materia, sino bellos conceptual y visualmente, así como emotivos.
Film completo disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=ikVGnfPjKI4



domingo, 18 de mayo de 2014

Roma 2: la República. Crisis, Julio César.

JULIO CÉSAR , MINISERIE EN DOS PARTES.
Año: 2002. 
Origen: EE.UU.
Director: Uli Edel


RECOMENDACIONES:
Bastante apegada a los criterios históricos (aunque novelizados) sobre la figura de Julio César (100-44 a.C.) especialmente la segunda parte. 
Es importante prestar atención aquí a la carrera política de César y las razones por las que el Senado conspira contra él. Asimismo, preguntarse: ¿Era inevitable que Roma abandonara el gobierno republicano y se conviertiera, legal y políticamente, en un gobierno imperial?
PARTE 1:


PARTE 2:



Roma 1: periodización y cuadros.

1- La Historia romana: periodización.
 2- Expansión y conflictos internos:
3- Período Republicano: Instituciones principales.
4- Consecuencias de las conquistas y crisis de la República.


5- Mapa evolutivo de Roma: al expansión (de la monarquía al Imperio).

6- Símbolos que identifican a los romanos.


Lupercalia, Liber Pater o Loba Capitolina.


Estandarte: Águila Imperial, corona de Laureles y leyenda: Senatus PopulosQue Romanorum (El Senado y el Pueblo de Roma)