Después del Concilio de Nicea, la herejía arriana,
según la cual Jesús de Nazaret era solo un hombre que habría sido adoptado por
Dios, seguía provocando polémicas y sumando seguidores. El mismo emperador
Constantino, que había precedido Nicea, se había pasado a la otra orilla,
favoreciendo a los obispos arrianos... Por ello, el emperador Teodosio, que
llegó al trono en 379, convocó a una nueva reunión solemne,
pero esta vez no habría sido él quien la presidiera, sino los obispos Melecio
de Antioquía (de la iglesia fundada por Pedro y segunda después de Roma) y
Gregorio Nacianceno. Estuvieron presentes 150 obispos, todos orientales, en
mayo de 381. En Roma estaba el Papa Dámaso I, cuya autoridad estaba ya fuera de
discusión.
Macedonio, patriarca de Constantinopla, admitía la
divinidad del Verbo pero la negaba en el Espíritu Santo; decía que era una
criatura de Dios, una especie de superministro de todas las gracias. Reunido durante el pontificado del Papa San
Dámaso y el Emperador Teodosio el Grande, reafirmó la divinidad del Espíritu
Santo.
Teodosio El Grande. |
Un año antes, con el edicto “Cunctos Populos”, el
mismo emperador Teodosio había querido reafirmar solemnemente que el canon, es
decir la “regla” de la fe que medía la pertenencia a la Iglesia era «la fe de
Pedro». La primera decisión del nuevo Concilio fue la explícita mencióndel
Espíritu Santo, porque comenzaba también a extenderse la influencia de los Pneumatómacos
(o macedonianos, por el nombre del obispo Macedonio de Constantinopla), que
estaban en contra de la afirmación de la divinidad del Espíritu Santo.
Se formuló la profesión de fe llamada Credo
“niceno-constantinopolitano”, que afirmaba la divinidad del Padre, del Hijo
eterno encarnado en Jesús de Nazaret y del Espíritu Santo. ¿Novedad? ¡No!
El primer escrito del Nuevo Testamento, la Primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses, que fue escrita entre el
40 el 50, comienza nombrando en los primeros
versículos al Padre, a Jesucristo su hijo y al Espíritu Santo.
El Concilio también condenó la herejía
“apolinarista”, por el nombre del obispo Apollinare que la había formulado,
perfecto envés de la herejía arriana: de hecho, los apolinaristas afirmaban que
Jesús de Nazaret, verdadero Dios, era solo de forma imperfecta hombre, sin
verdadera alma humana, cuya función la desarrollaba la misma divinidad. Además
de las reglas doctrinales, el Concilio reguló la vida práctica de las Iglesias
de la época, delimitando las provincias eclesiásticas, independientes las unas
de las otras, y se declaró que Constantinopla era la “segunda Roma”, cuyo
obispo era un patriarca segundo en
el orden jerárquico tras el obispo de Roma.
La conclusión del Concilio se dio con un decreto
imperial con el que Teodosio pidió que todas las Iglesias reintegraran a los
obispos que habían sido destituidos por los arrianos porque habían afirmado la
igualdad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Hay que recordar que el Papa Dámaso, desde
Roma, aprobó los decretos del Concilio. Así que eran dos las cuestiones
importantes: Jesús verdadero Dios y hombre verdadero, y
la afirmación de la Trinidad divina. Las discusiones posteriores (como veremos)
se concentrarían sobre la forma para pensar la integración en la persona de
Cristo de ambas naturalezas, humana y divina... Pero eso se daría en el
siguiente Concilio, de Calcedonia en 451, que comenzó con el reconocimiento
formal del verdadero ecumenismo de este primer Concilio de Constantinopla,
convocado por Teodosio y aprobado por Dámaso I, obispo de Roma y sucesor de
Pedro.
Concilio de Éfeso. Año 431
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III concilio ecuménico. El emperador era Teodosio II, y el Papa San Celestino
I.
Habían
pasado exactamente 50 años del primer Concilio de Constantinopla, pero el
problema que se discutía con aspereza seguía siendo el de la relación entre
la humanidad y la divinidad de Jesús de Nazaret, Cristo, es decir Mesías y
Salvador. Había dos escuelas: en Alejandría, el obispo Cirilo defendía la
doctrina de Nicea: Jesús como hombre verdadero y como Dios verdadero. En
Antioquia, en cambio, el obispo Nestorio insistía en que Jesús era un hombre
verdadero, pero Dios solo por una especie de adopción divina. Por ello, según
la primera escuela María, madre de Jesús, también era la madre de Dios
(“theotòkos”), mientras que para la segunda escuela era solo la madre de
Cristo, es decir la que llevaba a Dios dentro de sí (“theòphoros”)…
La discrepancia era dura y antigua; ya el Papa
Celestino I, en 430, había convocado a una reunión en Roma con obispos que
indicaban que Jesús era un verdadero Dios y un verdadero hombre, pero las
discusiones eran tan fuertes que incluso representaban una amenaza para el
Imperio. Por ello, Teodosio II, emperador, quiso convocar a un nuevo Concilio
(que se llevó a cabo durante el verano de 431) de todo el mundo habitado,
llamado “Ecumène”, y al que invitó a todos los obispos, sobre todo al de
Roma, Celestino I, que decidió enviar a dos representantes y a una mente
genial: Agustín de Hipona. Lo malo fue que murió en 430, antes de que
empezara el Concilio.
El Concilio constó de
tres sesiones de discusión y finalmente sentenció, definiendo el dogma de la
Santísima Trinidad. Se subrayó desde el comienzo la
postura de Nicea y Constantinopla, los Concilios anteriores, llamada
“unitaria”, porque indican que las dos naturalezas, divina y humana, están
perfectamente unidas: Jesús de Nazaret es el Verbo de Dios, Dios como el
Padre y el Espíritu Santo, que nació verdaderamente como hombre del vientre
de María, quien, por lo mismo, es la verdadera Madre de Dios.
También se dio la condena casi inmediata y
unánime de la doctrina del obispo Pelagio, quien consideraba que la
naturaleza humana no estaba marcada por el pecado original, por lo que podía
obtener la salvación tan solo con sus fuerzas naturales.
Fuente: www.es.catholic.net Enciclopedia católica: Historia de la Iglesia. Selección y adaptación.
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